Las flores. La rama del almendro, la primera, nube rosa en los huertos, primavera de Oriente. El jaramago, luego, subido a la espadaña, amarillo de escombros y cunetas, primavera de Roma. Pero también la adelfa, venenosa y estéril. Cortadas de la tierra y engastadas en jarrillos de plata o en bandeja de oro, en urdimbre de mimbres y caobas, transportan los pulsos de la vida y la sangre salvaje de la naturaleza. Pétalos, pedúnculos, zarcillos: suyo es el trato con el sol y con la lluvia, suya la intimidad de la lápida y la hora del júbilo, el color y el aroma. De entre todas prefieres a la flor del naranjo, la predilecta hija del eterno retorno que nuevamente pinta estrellas en los árboles y un perfume muy leve en la memoria.
Los heraldos de marzo.
miércoles, 17 de marzo de 2010
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2 comentarios:
Cierto es que la belleza de las flores y su olor (ese azahar presente sin nombrarlo...) son la primera presencia. Y por sútil, la más verdadera. Qué mezcla la de los olores del naranjo, la cera y el incienso.
Y habría también que recordar, desde el dolor, el cardo que adorna La Humildad y los látigos de esparto y jara que azotan la espalda dolorida...
Qué forma de evocar y hacernos más cercana la rampa del Salvador, más dulce la espera.
Y el azahar escribe el poeta RSG " a un tallo de la luz/
del árbol de mi infancia".
Hermoso, como siempre, José María.
Un abrazo
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