“Culpable, madre ¿qué esperabas? No llores, no me avergüences más. He tirado por la borda la vida que me diste. Todo el fracaso ha sido mío. A fuego tengo grabado el daño que te hecho, tus insomnes desvelos cada noche, cuando tú me emplazabas en las sombras y yo jamás acudía a tu regazo. Dile a padre que también lo quiero, que le pido perdón porque nunca lo respeté. No os gastéis el dinero en abogados. He sido siempre un chico malo, no tengo salvación, no voy a cambiar. Ahora es ya tarde, madre, me queda poco tiempo, atiende a lo que te tengo que decir: cogieron con nosotros a un muchacho muy joven, no sé cómo vino a nuestra compañía, pero estoy seguro de que él no disparó. Jamás se metía en líos. Lo están torturando, madre, más que a nadie. Es horrible lo que van a hacer con él. Para mí ya no hay remedio, pero él es inocente. Si aún me quieres haz todo lo que puedas para sacarlo de aquí. Piensa en su madre. En el corredor de la muerte se acaba el tiempo rápido. No llores, madre.”
Y al otro lado del teléfono batía las alas un ave del Paraíso.
(Correspondiente al sábado 20 de marzo)
miércoles, 24 de marzo de 2010
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