jueves, 24 de junio de 2010
Borges y yo
En el decurso de los años hay una pesadilla que se repite: Borges y yo nos cruzamos infinitamente en una calle de Sevilla, él lleva aún sus lentes de miope ultraísta y esconde un himno al mar en un vehemente cartapacio. Lo saludo y finge no verme. Acaso lo acucia la urgencia de la imprenta, acaso lo fatiga el perseverante barroquismo de la ciudad. La escena, con cambios apenas notables, regresa como la rueda de los astros o la unánime noche. En alguna ocasión se dilucida así: Borges, que aún no sabe que será Homero, intuye con horror a uno de sus profusos emuladores y rechaza, confundido, esta torpe imitación futura.
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3 comentarios:
Lindo homenaje. Aunque para mí, que suelo soñar con dragones, cruzarme con Borges no sería una pesadilla: él no tendría por qué debería saludarme, después de todo, no nos conocimos.
De verdad, muy lindo homenaje.
Gracias, Merche y bienvenida.
Y dale con el barroquismo!!!, jejeje
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