viernes, 15 de abril de 2011

Pecados de juventud

Una vez yo también fui un narracruz, con ventiún años, al tiempo que estudiaba la asignatura de Antenas (las plazas en las que ha tenido que torear uno), escribía la novela "Atenas" que me permitía regresar, cada noche de otoño madrileña, a la soñada Sevilla del azahar.

Aunque una productora americana me compró los derechos creo que no pasará nada porque traslade aquí el principio:

Sombras largas crecían por la calleja, lenta e imponente avanzaba la fila de nazarenos. Siempre habían estado allí, no era preciso aguardar el estallido del incienso, ni la luz infinita del Domingo de Ramos. Siempre estaban allí. Un reguero continuado, espectral y penitente. Siete días al año los altares abrían sus entrañas y era posible sentir la cera derretirse por las calles, pero eso era una broma más de la Primavera. La muerte y la vida no luchaban por conquistar una semana, por muy Santa que ésta fuese. La sangre y la luz se habían retorcido, eran un único cuerpo, una única plegaria trágica y esperanzadora. Por eso, cuando vio estirarse ese cuerpo de hombre crucificado contra la muchedumbre no sintio ningún desgarro.

A diferencia de Gunter Grass yo no me tengo que arrepentir de haber servido en la SS.

Ya estamos, por fin, ¿quién lo creería? en Semana Santa.

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