jueves, 4 de enero de 2018
Catorce quince
Un soneto se lee en quince segundos,
no es una simple afirmación retórica:
existe una constante pitagórica
que determina un vínculo profundo
entre el tiempo del verso y el del mundo
sujeto siempre a la armonía dórica.
Gira la aguja con crueldad anafórica
o escribe el cuarzo con rigor rotundo
el número veloz en la pantalla
que justo en este instante marca once,
pero como la arena de la playa
el ahora se escurre hacia el entonces
fugaz de los tercetos donde calla
al dar los quince con un gong de bronce.
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