Con Lutgardo García
Levanto la cubierta,
la cenefa de oro sobre el marbete verde
y la inscripción levemente Jugendstil,
como quien retirara
una losa de mármol cubierta por la yedra
de una tumba sagrada.
Acaricio las hojas,
huele a tierra mojada,
¿en qué jardín lejano, bajo qué madreselva,
oscura hilera de árboles, estatuas de silencio
y arriates de sombra o caminos de grava
cae ahora esta lluvia
que empapa el corazón?
Es otra vez la primavera,
el pájaro en la rama aterido de frío,
el último aguacero de las rosas
y las frutas del bosque en los labios de Orfeo,
antes que parta el tren que conduce a la noche
y hacia el fin de la Historia.
Las lágrimas del tiempo en los mapas de Europa
dejan llagas de bronce sobre el papel vencido,
recorro con mis dedos las huellas de la lluvia
y hago temblar la tinta de las liras del sueño.
Acuden a mis labios las voces de Alemania:
Acuden a mis labios las voces de Alemania:
me han mirado a los ojos los ojos de los muertos,
los coros de los ángeles caídos.
No puedo soportar tanta belleza.
Vuelvo a poner la lápida en su fosa
y un murmullo de angustia se prensa en el vacío.
Recojo unas violetas y unas bayas de enebro
y las pongo a los pies de esta estela terrible.
¿Quién grita de lo hondo y no lo escucha nadie?
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