sábado, 4 de agosto de 2018

En el FErry

Más o menos la anécdota es así: se arrodillaba Unamuno junto al Cristo de los Faroles en Córdoba y sus acompañantes, sorprendidos, le inquirieron, ¿pero, don Miguel, no era usted ateo? Me arrodillo ante la fe de estos hombres, fue su repuesta.
Hoy no he podido evitar emocionarme hasta las lágrimas cuando en el Ferry de vuelta un miembro de la tripulación ha echado una esterilla en medio del pasaje y mirando hacia el levante remoto de la Meca ha empezado a rezar y adorar a su gran Dios.
Ojalá tuviera yo una milésima parte de su fe: el hombre que cree en Dios firmemente se arrodilla ante algo más grande que sí mismo y no por miedo o superstición, sino por humildad, humildad que lo ensalza ante los hombres, tengan fe o no.

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