lunes, 22 de octubre de 2018

En la muerte de un amigo

Vengo de despedir a un amigo, quiero decir de un funeral (y cómo no acordarme hoy de aquel himno de San Agustín 'La muerte no es nada, sólo he pasado a la habitación de al lado").
Mientras se hacían las lecturas sagradas y durante la homilía del sacerdote que ha sido preciosa, he dado vueltas a un pensamiento teológico que me ha extrañado, por su sencillez, no haber hecho consciente antes.
Una vez que en el pensamiento religioso Dios ha adoptado la fragilidad de la condición humana en la persona de Jesucristo la relación entre la divinidad y los hombres se transforma de manera radical -y esto con independencia incluso de la creencia y aun, me atrevo a decir, de la existencia o no de la cosmogonía cristiana.
El Dios fiero del Antiguo Testamento, los dioses fríos de la antigüedad griega y romana, los ídolos crueles de los pueblos precolombinos siempre ávidos de sangre, el animismo tribal de África y las entelequias imprecisas y deliberadamente ambiguas del budismo y del taoísmo se desmoronan ante este nuevo Dios que interpela directamente el corazón de los hombres porque comparte con él su naturaleza.
La divinidad o la representación interior humana de esta divinidad, no puede permanecer impasible ante el sufrimiento del hombre y así se produjo un giro cósmico en el devenir del universo, porque por una parte Dios, o nuestra imagen de Dios, giró su rostro y miró a los ojos de los hombres, pero los hombres volvieron también el rostro para mirar a los ojos de sus semejantes.
Una vez que ha sido ensalzada la Cruz para matar al hacedor del Cosmos, nace necesariamente una era nueva, la que conduce al Renacimiento, a la Razón y a los Derechos Humanos.
La oscuridad que se reprocha al cristianismo no ha sido nunca tal, sobre la sombra de la Cruz, demasiado alargada a veces, es verdad, se alza resplandeciente, como en el Cristo de Velázquez, una esencial, luminosa, resplandeciente y nueva humanidad.

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Azulejo de la Soledad, Cenenterio de San Fernando

2 comentarios:

Jesús Cotta Lobato dijo...

Algo se muere en el alma cuando un amigo se va, aunque sea a la habitación de al lado. Pero se moriría entera si despareciera el amigo para siempre. Un abrazo y mis condolencias.

José María JURADO dijo...

Gracias,Jesús.

 
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