La mayoría de las reseñas sobre poesía dicen muy poco o nada sobre el texto poético objeto de su discurso. Es normal, porque de la mayoría de la poesía que se escribe ahora, y en cualquier tiempo, hay poco o nada que decir, la poesía buena es un milagro y son muy pocos los taumaturgos. Además, brilla sola.
Se aprovecha la ocasión, y esto es tanto más usual cuanto más aficionado es el crítico, para exponer las virtudes, excelencias y circunstancias de la poesía en general, de suerte que se habla más del libro que se hubiera querido leer que del libro leído.
Para justificar la operación se citan en muchas ocasiones versos más o menos desparejado a los que se atribuye un significado que ni los sabios coránicos de El Cairo se atreverían a asignar a las suras del Profeta.
Esta hermenéutica es la culpable de que algunos libros buenos pasen sin gloria y de que muchos otros, que comprábamos antes de perder la inocencia, pasaran llenos de pena ante nuestros ojos.
Una cuestión no menor y que apenas se aborda en las reseñas es el carácter aburrido o no del libro en cuestión, como la poesía es, se dice, algo muy serio, pues se asume que hay que leerla con la faz estreñida. Esto no es muy distinto de lo que sucede con el arte contemporáneo, con la diferencia de que, como en privado nadie leería algo que no se comprenda o al menos insinúe algo tangible, la poesía se ha adaptado al mercado pasando de ser críptica a ser inane.
Arrastra la poesía como consecuencia de los malos ejemplos, que son legión, el sambenito de ser aburrida, como le sucede a la ópera o a la música clásica, que también y puntualmente pueden serlo, claro está.
Yo mismo he incurrido en ese tipo de reseñas y esta es la razón principal de que por lo general procure evitar tener que escribirlas, puestos a profundizar es más útil a la humanidad profundizar la Sima de las Marianas o sondear el Perito Moreno que hacer equilibrios sobre versos inestables diciendo algo donde nada hay que decir y lo mejor es wittgenstenianamente. callar .
El discurso del segundo grado cuando el primer grado es el cero solo conduce a la nada y la nada es muy grande y aburrida.
Pero es así el baile de la vida.
Pero es así el baile de la vida.
"El baile de la vida". E. Munch |
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