martes, 20 de agosto de 2019

Ludwig

Los castillos, como a los poetas, es mejor no conocerlos y que brillen solitarios e inermes ante los paisajes abruptos de la tierra y el alma.
Previsiblemente de cerca todos decepcionan, como los poetas: los medievales, los verdaderos, no pasan muchas veces de un montón de piedras mal reunidas, los historicistas, como este de Neuschwanstein o los de Sintra, no pueden eludir su condición de mascarada o pastiche, su exaltación de lo kitsch.
Su camuflada y disminuida visión en un paisaje grandioso, concede a este mismo paisaje un carácter sublime, como lo haría una pergola de yeso en un jardín romántico.
Pasear por el interior de Neuschwanstein da una pena infinita, conviene aquí recordar el poema de Luis Cernuda ("Luis de Baviera escucha Lohengrin") o la política película de Visconti, y da lástima porque se evidencia cómo el esteticismo conduce a la esterilidad, a la nadería. Concebido como un santuario germano, wagneriano, sospecha uno internamente de lo mucho que habría de reírse por dentro el malvado Wagner mientras continuaba sacándole los cuartos, quiero decir los florines o los táleros, para construir su Festpielhaus en Bayreuth.
La historia ha absuelto a Ludwig de sus ensueños, porque su gran obra no es al cabo este castillo que millones de personas visitan al año, sino toda la última producción wagneriana, pasaba el otro día por la München StatsOper, y recordaba que allí se estrenaron Los Maestros Cantores, Tristán e Isolda, la Tetralogía.
Pagó un alto precio por ello, ahogado, asesinado o suicidado, tal vez asesino el mismo, en las frías aguas del Stanbergsee.
El precio de la delicadeza. Aún así no podemos olvidarnos de que toda la íntima ostentación decorativa de su castillo: frescos con leyendas germánicas, salones bizantinos del grial... es muy pobre artísticamente. Se inspiraba, parece, en las propias escenografías de las óperas wagnerianas, pero yo supongo que don Ricardo, aunque hijo de su siglo, también habría de chotearse de aquellos telones medievales, pues su inabarcable música solo es igualada aquí por el paisaje.
Miramos las montañas y los lagos, los castillos, los puentes, cataratas y desfiladeros, vamos por el reino de la magia, pero hay que huir de aquí, hay que abandonar todo esto antes de que los bebedores de cerveza bávara y pardos uniformes hocen en los bosques de la fantasía romántica con sus esvásticos colmillos de sangre roja y chorreante.

La imagen puede contener: cielo, exterior y naturaleza
Neuschwanstein, 3 de agosto de 2019

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