sábado, 14 de marzo de 2020

Diario del año de la Peste (I)

He salido a comprar artículos de primerísima necesidad (fino de Jerez, donuts de chocolate, doritos...) y un poco por hacer la crónica.

A primera hora la calle era un apocalipsis zombi y encontrar un ser humano era leyenda. 
Tenía uno la sensación de que en cualquier esquina pudiera recibirse el disparo de un francotirador o ser ametrallado por la SS. 

Como había niebla tenía todo un aire entre Bosnia y Herzegovina.

Luego la cosa se ha animado: primero han sido los de los paseos a los perros y a los pangolines, luego los de los artículos de verdadera necesidad, los que decían que iban a por el pan y el periódico y volvían con papel higiénico y bollería industrial. 

Me parece que los supermercados son ahora los nuevos bares. Allí nos encontramos todos, como en el ágora, saludamos a los vecinos, hablamos de la cosa y entre tanta normalidad parece que todo estuviera permitido, casi no quieres que se acabe la cola para no sentirte solo. 

Los lineales están algo más vacíos, es verdad, pero hay papel higiénico y brócoli en abundancia. 

Ahí he vivido un momento de riesgo porque un señor que se abalanzaba sobre los últimos víveres me ha hecho un placaje y me ha impactado en toda la cara con un extraño pañuelo de forajido del Far West con que se cubría la mitad del rostro (lo mismo era un atraco y no nos hemos dado cuenta, por falta de interés).

Por muy casto que haya sido nuestro beso las miasmas me las he llevado y he comprendido mi terrorífico error (¡hay que quedarse en casa, está claro!), "no volverá a suceder", dicho con borbónico aliento coronado. 

Como el coche, por nuevo, está todavía libre de patógenos, me he dado luego un paseo por la ciudad, antes de que lo prohíban. 

En el Virgen del Rocío, el Hospital de referencia, la cosa estaba tranquila. Hice nueva parada en la Casa del Libro y aproveché para quitarme el mono comprando algunos ejemplares más, no sea que con los tres mil que debe de haber en casa no tenga suficiente en la cuarentena.

Eso sería angustiante.

Había en la librería no una ni dos sino muchas personas pidiendo consejo a los libreros sobre qué leer durante una epidemia, como los precedentes se remontan a la peste bubónica las recomendaciones les han salido todas muy barrocas. 

Llegado a este punto y considerando que me esperaban en casa una familia y un pangolín, y que mi ejemplo estaba siendo regulero - aunque me movía una buena causa-, decidí batirme en retirada y antes de volver al auto calé el chapeo, requerí la espada, miré al soslayo, fuime... ... y no hubo nada.

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