Hoy han llamado a la puerta. No, no era el vecino. Llamaban del mundo exterior. Tres veces: la cancela, el patio interior, la casa. No esperábamos a nadie. Nadie puede venir. En el silencio del teletrabajo el sonido retumbó como una aldaba siniestra. Como en la quinta sinfonía de Beethoven, la muerte llamaba a la puerta.
Cubierto con un impermeable que le confería un aire siniestro, cubierta la faz con una máscara tétrica y las manos enfundadas en guantes de látex, cuando abrimos dio un salto atrás, al tiempo que nos acercaba un paquete, queriéndolo entregar y huir al mismo tiempo.
Para ser la muerte se lo veía muy angustiado. No nos hizo firmar recibo.
El repartidor de correo siente que su profesión es de riesgo, cada puerta que llama es una leprosería. Compruebo que nosotros tenemos el mismo miedo de la gente, ¿quién no ha pensado en si las miasmas pueden flotar de una balconada a otra a la hora de la hodierna batukada?
Love is in the air.
Nos traía un libro extraviado semanas atrás, como la estrategia del Gobierno. Con los dedos como pinzas hemos tomado el paquete y lo hemos depositado en la alfombra de la biblioteca.
No es justo el miedo de este hombre.
Tampoco esperábamos nosotros este elemento del mundo exterior, parece un aviso de la Máscara de la Muerte Roja, la que aparece en el cuento de Poe en mitad de la fiesta. ¿Cómo lo desactivamos? Su nauseabunda presencia ha contaminado nuestra burbuja, ahora que todos somos burbujas a punto de estallar.
Este paquete nos recuerda que la gran fiesta de pijamas se puede acabar en cualquier momento: basta una llamada.
Mi hija mayor tiene que grabar sus ejercicios de gimnasia y enviarlos a una aplicación. Estamos en 2020, pero en 1984. Cualquiera es ahora el Gran Hermano. Yo esta vida no la quiero para mis hijas.
Mejor que una vacuna será que nos inyecten un chip para controlar futuras epidemias, así acabamos antes.
Mejor que una vacuna será que nos inyecten un chip para controlar futuras epidemias, así acabamos antes.
"La epidemia eres tú será la nueva consigna del Poder, el mismo Poder que no nos avisó de que después de volver a casa solas, borrachas e infectadas nos encerraría como Barbazul con siete llaves. Pero la habitación prohibida ahora es la que da al mundo exterior.
Esto conviene explicarlo a las generaciones futuras: en Madrid ya moría gente cuando se decidió mantener una gran concentración y permitir otras convocatorias exaltadas. Corrimos tras el estandarte morado y los banderines verdes como los niños tras el flautista de Hamelín y cuando quisimos darnos cuenta, las calles estaban vacías y ya patrullaba la muerte.
Día a día sabemos que la epidemia es grave, yo mismo hablaba el otro día inocentemente de la gripe. Ahora sabemos que nos hemos dejado engañar, los horrores de Wuhan no sirvieron de aviso y nuestros ancianos están abandonando el reino de los vivos. A todos nos concierne ya la experiencia de la muerte, el número es ya tan alto, que quien sí quien no, ha despedido a alguien.
Los alemanes sin embargo no mueren, será cosa de la raza aria o del diagnóstico preventivo.
¿Cómo hemos llegado a esto?
Estamos viviendo una experiencia que habíamos olvidado, pero que está en nuestro genoma, por usar una palabra interesante, que siempre sube el nivel. Los locos que hemos visto que salen por la calle vestidos de dinosaurio y a los que la policía multan son los mismos locos que ya estaban en la baraja del Tarot.
Las palmadas de las ocho son campanas de muerte y están doblando por ti, porque lo peor está por llegar, ¿o no? No sabe uno a qué atenerse, esta irrealidad es aún más extraña que la que hubiera podido producir una invasión del espacio exterior.
La calle es Fukusima, Chernobyl, Sevilla en 1649.
Los traficantes de la pornografía anuncian que liberan sus narcóticos, como si no estuvieran lo suficientemente liberados y un segundo después otro mensaje nos advierte de contenidos y vídeos cofrades sin límites.
La realidad es líquida.
Confundimos el día y la noche, la vida y el sueño y la muerte.
Para llegar tarde al teletrabajo basta con quedarse dormido. Afortunadamente hay cosas que se resisten a cambiar.
1 comentario:
Mil gracias
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