Antes que la actual pandemia o pandemonium, incluso antes que una serie de televisión, la peste, como la bala de JFK en el poema de Borges de "El Hacedor", había sido mucha cosas, desde la Peste Antonina, combatida por la serenidad estoica de Marco Aurelio a la Peste de Atenas, magistralmente narrada por Tucídides en unas breves páginas asombrosas.
En Sevilla fue un año: 1649.
Elegí este título para el diario porque así llamó Defoe su crónica novelada del último brote de peste bubónica en Londres en 1665 -aunque él apenas era un niño cuando tuvieron lugar los sucesos que describe-, última oleada del horror que desde mediados del siglo XVII había empezado a asolar a Europa y que en el año de la desgracia de 1649 se cebó con la ciudad de Sevilla como acaso no lo haya hecho nunca con otra población.
Esta cicatriz, 1649, está muy presente todavía: la fecha se repite en monumentos funerarios, al pie de muchos cuadros y en azulejos conmemorativos, señalando algún hecho luctuoso, por ejemplo la muerte de Martínez Montañés, el dios de la madera.
Siempre me han fascinado estos sucesos que marcaron el declive de una ciudad que había sido la capital del mundo y que tras ese mazazo jamás resurgió. De hecho la ciudad aún subsiste, a través del turismo, gracias a esos restos del esplendor barroco (cofradías, iglesias, conventos), que fueron derrocados cuando la enfermedad hizo su aparición cuyo estrago ascendió probablemente a más de 60.000 almas, algunas cifras llegan a 70.000, de una ciudad que apenas sobrepasaría las 120.000.
Según Ortiz de Zúñiga,
fue el más trágico suceso que ha tenido Sevilla y en que más experimentó cercana la muy miserable fatalidad de ser destruida", ya que, "quedó Sevilla con gran menoscabo de vecindad, si no sola, muy desacompañada, vacías gran multitud de casas, en que se fueron siguiendo ruinas en los años siguientes;... todas las contribuciones públicas en gran baja;... los gremios de tratos y fábricas quedaron sin artífices ni oficiales, los campos sin cultivadores... y otra larga serie de males, reliquias de tan portentosa calamidad.
Entraron en el Hospital de la Sangre veinte seis mil y setecientos enfermos, del los que murieron veinte y dos mil y novecientos y los convalecientes no llegaron a cuatro mil. De los Ministros que servían faltaron más de ochocientos. De los Médicos que entraron a curar en el discurso
No es esta la peste que narra la serie de televisión, -porque en el siglo XVII la ciudad ya estaba en decadencia e interesaba a los productores estar más cerca del tiempo en que éramos Puerta y Puerto de Indias-, aunque intenta reproducir su devastación.
Conocía estas historias, que alguna vez había pensado novelar (pero otros lo han hecho ya mejor, por ejemplo Eva Díaz en su novela sobre Murillo), pero al revisarlas necesariamente estos días como voluntario coronacronista me ha sorprendido la impresionante similitud con los sucesos de hoy.
Dado lo rudimentario de las comunicaciones y la mínima globalización del barroco- aunque ya era importante- la peste se desplazaba más lentamente. Las noticias llegaban, de Murcia, de Valencia, más cerca luego (Jerez...) De manera que haciendo una extrapolación a nuestra era, esta Sevilla de 1649, a punto de convertirse en Wuhan 2020, podría equiparse a la España actual.
Cuando la peste llegó a la baja Andalucía desde la remota Valencia (China) empezó a rondar la ciudad, como rondó a España la covidia desde que puso su pie destructor en Italia.
El miedo humano es atávico y cerval y es lógico que se repitan los mismos mecanismos de defensa -por esto este diario y sus ilustres y genuinos predecesores-, pero o puedo dejar de reproducir sin embargo para asombro de todos algunas de las crónicas de aquel siglo.
Para estupor general sépase que la calamidad fue anticipada por una procesión (o sea un 8M) que multiplicó los contagios, que las autoridades negaron la existencia del mal -primero- y la virulencia después (se comparaba con el tabardillo o gripe diarreica, muy común por entonces y benigna, ¿nos suena?), que tampoco hubo ninguna procesión aquel año en Sevilla (lo impidió una enorme riada -esta sin cambio climático-, que preparó -nunca mejor dicho- el caldo de cultivo de la epidemia-) y que solo se tomaron medidas cuando la flota de Indias termino de armarse y pudo zarpar, para evitar el desastre económico, más temido por el cabildo que la propia enfermedad.
Sigo a partir de ahora la obra de referencia "La peste en Sevilla" de Juan Ignacio Carmona García -publicada por la Universidad de Sevilla-, de la que extraeré las crónicas, los diarios de la peste de su siglo. Y ya me dirán si lo que leen parece un memorial del barroco o un periodico o blog de ayer.
Continuará...
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