domingo, 19 de abril de 2020

Diario del Año de la Peste XXXVI ("Felices escogidos")

Todo parece increíble. Si miramos atrás hemos olvidado el puerto del que una vez partimos, si miramos al frente el horizonte es solo un muro sin salida. Como el agrimensor del Castillo de Kafka que eternamente deambula sin acceder al edificio estamos condenados a la postergación infinita. La voluntad empieza a resentirse y el sentido de la realidad se desvanece.

Pero todo va a salir bien, aunque para ello primero tendríamos que salir.

Sin muchos detalles hoy nos han informado que en una semana por fin podremos dar paseos, al menos eso dice el presidente cuyas comparecencias, infinitas como nuestra condena, idénticas como nuestro muro, no termina uno de entender. Si las decisiones -y no me debería caber duda- se están tomando con criterios técnicos y científicos, ¿por qué no se nos exponen con claridad?

Lo mismo que la TVE ha encargado una serie en tiempo real de estos encierros, ¿no podrían preparar un dossier televisivo que informara -ya- de los plazos y el modo de vida al que debemos enfrentarnos para modular nuestras expectativas y no dejar nuestro juicio suspendido al albur de lo que nos cuenten sábado por sábado?

Resulta detestable que se anuncien medidas sin haber desarrollado las instrucciones técnicas que las sustentan. El poder sale a hablar sin los deberes hechos, no contesta a las preguntas que se le formulan. ¿Podrá mi hija mayor de trece años salir a pasear con su hermana y conmigo o con su madre? Habré de esperar al próximo episodio.

Uno lo intenta -al virus lo paramos entre todos- y después de dos semanas perdonándome el "Aló Presidente", he atendido a la comparecencia hasta que el sopor me ha sumido en los brazos del sueño. Es una lástima, pero la empatía que transmite es nula.

Hay, sin embargo, muchas cosas de las que podrían hablarse y que darían sentido a nuestro privilegiado esfuerzo -esto no es una guerra todavía, la letalidad del virus es moderada-, cuando volvamos afuera, ¿cómo será protegida la población de riesgo? ¿Cómo vamos a cuidar de nuestros mayores? ¿Cómo serán los re-confinamientos? 

Esta pedagogía institucional debería ser posible, pero me temo que por la propia naturaleza de los hechos -mascarilla sí/no- lo que estamos viviendo no es sino una larga improvisación hasta que vengan los tests tan callando.

La televisión privada dio el otro día un programa precioso, asistimos a la batalla en la primera línea de trinchera en los hospitales de Cáceres. Yo no nací allí, pero es mi patria chica, así que pude reconocer a muchas personas, algunas muy queridas.

A Basilio Sánchez, por ejemplo, el médico poeta -como tantos y tan buenos, desde el doctor Zhivago a mi abuelo Miguel  sin ir más lejos-. Basilio, que fue premio Loewe hace solo dos años es responsable de la medicina intensiva en el Hospital de San Pedro de Alcántara. Suya es ahora la lucha que da vida y no habrá corona lírica que valga la corona de profesionalidad y entrega que merece.

No está bien sin embargo hacer la comparación militar en este frente, porque lo que vimos en TV sobre los hospitales de Cáceres, de ser una batalla, era una batalla de amor. 

A través de toda la profilaxis de las encebolladas capas de plástico en las manos de los sanitarios de Cáceres se transmitía, ternura y compasión, la charitas cristiana. No eran héroes sin capas, eran ángeles con alas que antes de inyectar, intubar, dar de comer o limpiar imponían las manos. Si alguna vez tuvimos dudas de la frialdad de los confinamientos hospitalarios tras este reportaje hemos de dar por seguro que nuestros mayores nunca han estado solos.

Este alto ejemplo hace que, a pesar de toda la amargura que destilo, todavía mantenga la esperanza en un paradigma nuevo al final de la escapada. La verdad es que deberíamos estar hablando solo de esto y no del Presidente. De esto y del futuro.

Al término de esta hora de prueba y de valor, cuando nadie puede engañar a nadie, sabremos perfectamente quién, como los hospitales de Cáceres, como los hospitales de toda España, estuvo a la altura. Quién, como en el Enrique V de Shakespeare, merecerá el título de ser uno de los  felices  escogidos que podrá decir, por los siglos de los siglos,que estuvo allí el día de San Crispín.

Este día es la fiesta de Crispiniano:
El que sobreviva a este día y vuelva sano a casa,
Se pondrá de puntillas cuando se nombre este día,
Y se enorgullecerá ante el nombre de Crispiniano.
El que sobreviva a este día, y llegue a una edad avanzada,
Agasajará a sus vecinos en la víspera de la fiesta,
Y dirá: ´Mañana es San Crispiniano´.
Entonces se alzará la manga y mostrará sus cicatrices
Y dirá, ´Esta heridas recibí el día de Crispín´.
Los viejos olvidan: y todo se olvidará,
Pero élrecordará con ventaja
Qué hazañas realizó en ese día: entonces recordará nuestros nombres.
Familares en sus labios como palabras cotidianas
Harry el rey, Bedford y Exeter,
Warwick y Talbot, Salisbury y Gloucester,
Se recordarán como si fuera ayer entre sus jarras llenas.
El buen hombre contará esta historia a su hijo;
Y nunca pasará Crispín Crispiniano,
Desde este día hasta el fin del mundo,
Sin que nosotros seamos recordados con él;
Nosotros pocos, nosotros felizmente pocos, nosotros, una banda de hermanos;
Porque el que hoy derrame su sangre conmigo
Será mi hermano; por vil que sea,
Este día ennoblecerá su condición:
Y los gentileshombres que están ahora en la cama en Inglaterra
Se considerarán malditos por no haber estado aquí,
Y tendrán su virilidad en poco cuando hable alguno
Que luchara con nosotros el día de San Crispín.


1 comentario:

José María JURADO dijo...

En verdad, en verdad ha resucitado.

El fin del mundo podría, efectivamente, haber empezado así.

Pero ha habido tantos finales del mundo...

 
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