domingo, 14 de junio de 2020

Santo Antonio 2020

Los efectos del virus han restaurado una conciencia universal de la muerte que había desaparecido de la realidad existencial de los países prósperos transmutada en la eventual lotería del cáncer o el accidente de tráfico.

Nuestra vida se parece ahora más a la de nuestros antepasados y aun a la mayoría de la humanidad sujeta a los vaivenes de la naturaleza y los conflictos militares o políticos.

Víctimas del miedo (que es libre) y de la sinrazón (que es ilimitada) personas jóvenes y sanas persisten en sus confinamientos extremos a la espera de una vacuna cuando este virus es solo "el primero de una serie infinita".

Pero la vacuna, si llega, no dará la vida eterna.

La finitud de la vida ha sido siempre el primer motor de la voluntad humana, de su anhelo de trascendencia y perdurabilidad.

Somos aves de paso que recibimos y cedemos el testigo de una llama ignota entre generaciones.

Víctimas de la opulencia o del freudiano principio del placer, habíamos dejado que esta antorcha prometeica se debilitara hasta convertise en un fuego fatuo mortecino, en un resplandor fosfórico de pantallas frías.

Ya no daba calor. ¿Y ahora qué?

En el día de San Antonio, fraile de la Orden Menor, me acuerdo de que San Francisco alababa a Dios por la hermana muerte: "Laudato si' mi' Signore per sora nostra morte corporale."

Claro que él se abrazaba a los leprosos y a los enfermos de COVID porque no tenía miedo de vivir.
La imagen puede contener: cielo, nubes, crepúsculo, exterior y naturaleza
De Écija a Sevilla, día de San Antonio, 2020.

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