jueves, 29 de octubre de 2020

Rilke en Pino Montano



En la misma avenida de Pino Montano donde ayer se sucedieron los incidentes de la Kale menos Barroca de Sevilla, cabe la parada del contenedor ardido, he leído en tres tardes -mientras Paloma completaba sus pax de deux y hacía crepitar las castañuelas en el conservatorio de danza- uno de los libros de memorias más bellos que jamás se hayan podido escribir.

Los recuerdos de la princesa Marie Von Thurn und Taxis (-de los Uber y Cabify de toda la vida-) son ampliamente citados en todas las biografías de Rilke, pero constituyen en sí mismo un monumento literario y la visión más profunda, apasionada y lúcida del poeta de poetas.

A cambio, probablemente, de una gran injusticia (pero más injusticias había en la América precolombina o en África) la nobleza europea -igualitariamente guillotinada por la revolución francesa- elevó el espíritu humano a las más altas dignidades de la belleza. Por más que hubiese marquesas (y marqueses) ladinos, no eran infrecuentes las princesas (y los príncipes) consagrados a la contemplación artística.

Los recuerdos de alguien dependen siempre más del espejo que los refleja que de las peripecias que son reflejadas (paradigmático el caso de Eckermann y Goethe o  Boswell y Johnson), ver al poeta en el espejo pulido del adriático que era el alma de esta veneciana, alemana y austríaca es asistir, en primera persona, al espectáculo de los ojos azules como zafiros de la India de un ser cuya mirada hipnotizaba porque llevaba en ella el infinito.

La princesa, veinte años mayor que el poeta y con quien no mantuvo relación amorosa conocida y hemos de creerla (¿?),  alojó a Rilke en Duino y le dispensó su ayuda y protección.  A ella se debió que completara las elegías que como diez sinfonías resuenan en la memoria lírica de la especie, tanto que el propio Rilke las consignó en su dedicatoria de propiedad de la princesa, como el Castillo donde por vez primera se le manifestaron los ángeles mortíferos.

Elegías que pudieron no haber culminado nunca, pues en la noche oscura del alma de Rilke se produjo un fundido en negro de casi diez años en que  la gran obra no llegaba a desprenderse de las platónicas cavernas donde se había avistado, pero nuestra princesa insufló su aliento salvador:

"Dijo que estaba casi decidido a publicar las elegías junto con los fragmentos en su estado incompleto actual.

-¡Por Dios, Seráfico -[así lo llamaba ella, por angélico]- no lo haga! Bajo ningún concepto... Debe terminar las elegías... y lo conseguirá... se lo juro.. tenga paciencia... Sé que llegará el día.
Rilke me lanzó una mirada seria e inquisitiva, asombrado de mi seguridad. Más tarde me confesó que aquello le había afectado hondamente y que yo había frenado aquel propósito concebido desde la cumbre del desaliento."

Símbolo trágico de aquel trance sombrío fue la destrucción del imponente Castillo de Duino en la Primera Guerra Mundial, conflicto que por cierto supuso incluso la breve y traumática movilización del poeta. Nos dice la princesa: 

"No se pueden evocar sin horror los tiempos que siguieron: los tiempos en los que todas las madres rezaron y lloraron tanto (...)
Yo partí hacie Trieste, en cuyas cercanías estaba destinado uno de mis hijos. Me quedé allí casi dos meses, durante dos ofensivas, y desde las ventanas de mi hotel frente al puerto fui testigo de la destrucción de Duino. Me pareció una pesadilla, no podía ser verdad, y me lo tomé con rara serenidad."

Castillo de Duino, reconstruido tras la Gran Guerra.

Más adelante, al término de la guerra, nos dirá de su reencuentro con su poeta -he subrayado esta frase con gran esperanza pandémica-:

"¡Cómo gozamos del reencuentro con todas las cosas que nos eran caras, y por las que tanto habíamos temido durante la guerra! La Santa María Gloriosa del Ticiano, de nuevo en su lugar sobre la nave central de la iglesia de los Frari!"

Y  -por fin- [contiene Spoiler] el más alto momento del libro, la carta, la famosa carta tantas veces citadas que daba parte de que en nombre de la humanidad Rilke había culminado la más alta obra del espíritu:

Château de Muzot
11 de febrero por la tarde.

Por fin, 
Princesa, 
por fin el bendito día, y qué bendito, en que puedo anunciarle -por lo que veo-
el fin de las
Elegías:
¡diez!
(...) ante esta última, ante ésta, ¡me tiembal aún la mano!

RILKE

Sin las extraordinarias mujeres alrededor de las cuales orbitó su vida, principalmente Lou André Salomé y Marie von Thurn und Taxis, Rilke -acaso un espíritu femenino de dionisíaca virilidad- no hubiera sido el Profeta que fue, el que aún alumbra con los grandes faros de sus ojos la zozobra de la existencia.

Y qué preciosa y sin afectación la escritura de la princesa, tan bien traducida en mi edición de Paidós (Testimonios) por Joan Parra. y qué gratitud no habremos de tener con ella, a cuyos pies pondríamos la misma corona de laurel que ella depositara en la tumba del poeta con la dedicatoria que figura al final de su libro único:

"Al incomparable poeta
al querido y fiel amigo"

A él dedico estas páginas en el más fiel de los recuerdos."

Y aquí, con respeto imponente, lo hemos de dejar, pues que se acerca la hora tenebrosa del toque de queda y las hordas, armadas de estacas y antorchas, avanzan por las calles de Pino Montano...

Marie von Thurn und Taxis (1855-1934)





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