En el carácter español están unidos, como en un monstruo de dos cabezas, el orgullo (más bien la soberbia) y el complejo de inferioridad.
Esto explica la envidia, un vicio nacional que es, sin embargo, consecuencia de este engendro explosivo, agente provocador de otros defectos nativos como la ira o la murmuración.
Quienes entre nosotros se han liberado de ambos yugos, y pienso ahora en un Velázquez o un Miguel de Cervantes, sí, pero también y, sobre todo, en quienes marcharon a hacer las Américas cansados de su intransigente patria; estos digo -que tienen la experiencia de haberse enfrentado a los molinos de odio de su patria- triunfan en el extranjero con una facilidad y plenitud que admira al mundo.
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