viernes, 29 de enero de 2021

La ley del más débil (o de mis enfrentamientos con los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado)

Hoy he añadido otra muesca a mi ya largo historial de enfrentamientos policiales. 

Todas las tardes, al recoger a Paloma del conservatorio de danza, se forma un pequeño tumulto de tráfico, nada aparatoso, semejante a los cientos de miles que se producen en todo el país en cualquier centro escolar a las horas de entrada y salida. El caso es que yo había dejado el coche estacionado, no más de treinta segundos, en un prohibido muy relativo con las luces de emergencia puestas y me parece que sin molestar demasiado porque, entre otras cosas, llevo tres años dejándolo ahí al menos dos o tres veces por semana.  

El resto de padres no lo dejan mejor: es un enjambre que cumple su misión recolectora y se disuelve rápido. Sucede esto en un barrio en que lo normal es que la Policía Nacional practique -mientras salen los niños de las clases- tres o cuatro registros a la vez y otras tantas identificaciones, porque en Sevilla tuvieron la idea clarividente de poner el conservatorio en una de las zonas más conflictivas de la ciudad. Así y todo siempre hemos convivido sin problemas, los maderos iban a por la droga y nosotros a por nuestras criaturas, era un ecosistema estable.

Pero algo ha roto hoy el equilibrio.

Inopinadamente ha hecho su aparición estelar en mitad del atasco la policía montada del Ayuntamiento en uno de los nuevos coches psicodélicos, biznietos de los Transformers, con los que ahora "apatrullan" la ciudad. 

El conflicto estaba servido: a la Policía Local le gusta el olor a napalm en Pino Montano.

No, Sevilla no es una excepción, según se sabe no hay ciudad española donde la policía local no haga notar su excelencia como cuerpo de élite particularmente dotado para multar a ancianas y otros seres desvalidos mientras hacen la vista gorda ante el crimen organizado.

Los suyo es la Pax de la Polis. Jo, con la Poli.

Yo debo de tener un imán kafkiano porque en estas situaciones, sin excepción, las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado conspiran contra mí, de forma que no hay bulla de Semana Santa, fila de Taxi o cola para acceder a la Plaza de Toros en el que no haya padecido mi particular brutalidad policial. 

BLACK LIVES MATTER

Lo llevo escrito en la cara y se lo pongo fácil, a ellos y a los porteros de discoteca, a las que nunca he ido, no porque no me guste bailar sino porque sé de antemano que los gorilas no me van a dejar entrar, así que ni me asomo.

Eran muy pequeñas las niñas cuando se asustaban ya al ver reverberar la estroboscópica luz del orden. Siempre nos hemos sentido a la fuga, como Bonnie and Clyde, pero yendo al colegio. Cada vez que pasaba cerca un coche de policía me decía: "raro será que no vayan a por nosotros ".

La voz de mando sonó otra vez cortante a mi espalda: 

"¿Qué, has dejado tirado ahí el coche porque te ha dado la gana, no?"

Como tengo un espíritu becqueriano y ya sabía de qué iba la cosa levanté los ojos suplicantes mientras sentía el frío de una hoja de acero en las entrañas, me apoyaba en el coche y un instante la conciencia perdía de donde estaba.

Rogué a los cielos que el suplicio pasara pronto esta vez y que no hiciera su aparición el Dr. Hyde o el Hulk castizo, ese discutidor ibérico que todos los españoles llevamos dentro, para hacerme perder los papeles, según costumbre, con los señores agentes.

Opté pues, por acatar el llamado de la autoridad, mientras a mi alrededor decenas de padres -no sé si más robustos o con menos cara de primo- se escabullían ante la evidente inacción prevaricadora de las fuerzas del orden que se cebaban conmigo: 

"¿Es qué no piensa usted en los demás?".

Pero yo lo único que veía mientras todos se daban a la fuga es que los demás no pensaban en mí.

Pensé que era el momento de decir las palabras mágicas, el conjuro que mi padre me enseñó para estos casos, ese sortilegio que históricamente he probado con resultado desigual como cualquiera pude comprobar revisando mi ficha policial: 

"O BRONCA O MULTA"

Opté, sin embargo, por acatar la bronca y dominar a mi demonio interior con paciencia y resignación cristiana ("lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a suceder", dije con regio aplomo), virtudes ambas para la que la autoridad en general y la poli local en particular están perfectamente entrenadas  y saben castigar sin piedad.

No recuerdo con certeza la retahíla, pero creo que me tildaron de insolidario, mal ciudadano, listillo y otras agradables lindezas por el estilo. Por mi parte argüí que según el método científico y las categorías kantianas (no esto no lo dije, pero solo por respeto a mi integridad física) solo tenían una única muestra de mi evidente comportamiento incívico, que no podía negar, pero que a mi manera de ver no justificaba la reprimenda.

Ahí sentí yo que el policía se llevaba ya la mano a la pistola.

No sé si fue su pareja de derechos civiles quien lo hizo desistir o si fue mi propio ángel de la guarda (mi pequeña policía local) que la cuestión se disolvió  de repente como un azucarillo en agua porque no había caso. Sí, mi coche no estaba bien situado, pero los otros no estaban mejor y si me multaban a mí tendrían que multarnos a todos, lo que a ciertas horas del día es, además de impopular, demasiado escribir para quienes tienen más práctica en apuntar.

Además, les esperaba una ciudad pandémica corroída por el crimen y supongo que la urgencia de rescatar el gato en apuros de alguna anciana los llamaba al heroísmo. Es decir, que como en el soneto de Cervantes y después de haber dicho yo  que era cierto cuanto decía "voace señor soldado", el policía

"caló el chapeo, requirió la espada [PISTOLA]
miró al soslayo, fuese y no hubo nada."

Es por esta y otras experiencias que me siento muy vinculado al movimiento Black Lives Matter, aunque en la versión española habría que renombrarlo, porque aquí los acosados somos los mismos pardillos de siempre. Mi historial me ha hecho descreer de la autoridad y de las normas sin excepciones -aun sin dejar nunca de cumplirlas (hoy no, vale, lo acepto)-.

Debemos enorgullecernos de que en España, a diferencia de los Estados Unidos, no impere la ley del más fuerte, sino LA LEY DEL MÁS DÉBIL, que es al que siempre se empura cuando se quiere ser ejemplar.

En fin consolémonos pensando en que bastante tiene el agente con sus jefes, desde el Alcalde al gran Marlaska, porque si algo está demostrado en este mundo es que quien grita mucho y ordena mucho, obedece más.

NOTA BENE: Mi abuelo paterno y tres de mis tíos, varios de mis primos y familiares eran o son policías  y militares. Alguna vez he pensado en pedirles que me saquen un carné de amigo de las fuerzas del orden, para mostrar mi solidaridad con su alta misión y evitarme en lo posible estas penurias con un mínimo tráfico de influencias, pero no sé, me temo que valdría de poco. Lleva uno en la cara y a pesar de la mascarilla,  la foto del DNI bien puesta: pardillo.



Imagen: presentación de la nueva flota patrullera de la Policía Local.

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