domingo, 28 de septiembre de 2014

Sísmica sueca

La otra noche se desplomó un mueble en el salón. A la vista del estruendo y de los desperfectos ocasionados el seísmo debió de alcanzar una magnitud no inferior a 8,5 en la escala de Richter, pues fueron más que notables. Gracias a nuestra excursión veraniega a Portugal estábamos al tanto del protocolo de emergencias apropiado al caso y en consecuencia aplicamos la célebre máxima del Marqués de Pombal cuando el terremoto de Lisboa: “dar de comer a los vivos y enterrar a los muertos”. Como de lo segundo no había, nos aplicamos a lo primero y terminamos de darles la cena a las niñas. Una vez acostadas iniciamos las tareas de desescombro. Solo hay una cosa más difícil en este mundo que ensamblar un mueble del IKEA, desmontar un mueble de IKEA. Quiero decir: sin sucumbir al furor vikingo del desguace, pues dado lo alto de la hora resultaba del todo inapropiado echar mano del infalible martillo de Thor que todo español de bien guarda del salón en el ángulo oscuro de la caja de herramientas. Una vez logramos poner orden en aquel amasijo inestable de maderas que ponían en peligro la república independiente de nuestra casa, aún quedaba por delante la tarea faraónica de su evacuación. Quien alguna vez se haya admirado del inexplicable traslado de los bloques de piedra por los constructores de pirámides o la enigmática ubicación de los Moai en la Isla de Pascua, por no hablar de Machu Picchu o Stonehenge, es porque no me ha visto a mí, en la honda noche, acarreando monolitos de madera nórdica. Ellos tenían, además, toda la Historia para hacerlo, no como yo, que me tenía que levantar a las seis de la mañana. Durante la operación lamenté no haber jugado más al Tetris, principalmente en la fase del ascensor, y no haber ejercitado más la flexibilidad de mis extremidades, lo que me hubiera resultado muy útil para abrir la puerta de la calle sin soltar la carga, evitándome algunos bucles melancólicos más propios de un hámster. Finalmente opté por un procedimiento satisfactorio de ensayo y error, aunque, para ser honestos, no fuera este el orden de los términos. La del alba sería cuando pude poner punto final a la mudanza. Además de una escoliosis profunda y un lumbago pertinaz esta sin par aventura me ha dado la ocasión de revisar mis equivocadas opiniones sobre la doctrina filosófica del Eterno Retorno, pues  no en vano para aliviar los síntomas de mi maltrecho esqueleto me han prescrito una tabla diaria de gimnasia sueca.





4 comentarios:

José Miguel Ridao dijo...

Tu crónica me ha puesto los pelos de punta. Tiene épica. Con los mimbres suecos se pueden construir palacios.

Abrazos.

José María JURADO dijo...

Gracias, José Miguel, pero esto es la prosa de la vida,la épica es de don Thomas Mann.

Fernando Moral dijo...

La verdad es que la tronchante peripecia escandinava, incluido el estrambote de la tabla gimnástica, es jodida. Pero no deberías quejarte, si el mueble hubiese sido griego, todavía estarías enzarzado en la desgracia como un Sísifo cualesquiera.

Un abrazo.

José María JURADO dijo...

Si el mueble hubiera sido griego no me quiero imaginar la terapia, me lo prohíbe mi religión :-O.

Abrazos.

 
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