La otra noche se desplomó un
mueble en el salón. A la vista del estruendo y de los desperfectos ocasionados
el seísmo debió de alcanzar una magnitud no inferior a 8,5 en la escala de
Richter, pues fueron más que notables.
Gracias a nuestra excursión veraniega a Portugal estábamos al tanto del
protocolo de emergencias apropiado al caso y en consecuencia aplicamos la
célebre máxima del Marqués de Pombal cuando el terremoto de Lisboa: “dar de
comer a los vivos y enterrar a los muertos”. Como de lo segundo no había, nos
aplicamos a lo primero y terminamos de darles la cena a las niñas. Una vez
acostadas iniciamos las tareas de desescombro. Solo hay una cosa más difícil en
este mundo que ensamblar un mueble del IKEA, desmontar un mueble de IKEA. Quiero
decir: sin sucumbir al furor vikingo del desguace, pues dado lo alto de la hora
resultaba del todo inapropiado echar mano del infalible martillo de Thor que
todo español de bien guarda del salón en el ángulo oscuro de la caja de
herramientas. Una vez logramos poner orden en aquel amasijo inestable de
maderas que ponían en peligro la república independiente de nuestra casa, aún
quedaba por delante la tarea faraónica de su evacuación. Quien alguna vez se
haya admirado del inexplicable traslado de los bloques de piedra por los
constructores de pirámides o la enigmática ubicación de los Moai en la Isla de
Pascua, por no hablar de Machu Picchu o Stonehenge, es porque no me ha visto a
mí, en la honda noche, acarreando monolitos de madera nórdica. Ellos
tenían, además, toda la Historia para hacerlo, no como yo, que me tenía que levantar a
las seis de la mañana. Durante la operación lamenté no haber jugado más al
Tetris, principalmente en la fase del ascensor, y no haber ejercitado más la
flexibilidad de mis extremidades, lo que me hubiera resultado muy útil para
abrir la puerta de la calle sin soltar la carga, evitándome algunos bucles
melancólicos más propios de un hámster. Finalmente opté por un procedimiento
satisfactorio de ensayo y error, aunque, para ser honestos, no fuera este el
orden de los términos. La del alba sería cuando pude poner punto final a la
mudanza. Además de una escoliosis profunda y un lumbago pertinaz esta sin par
aventura me ha dado la ocasión de revisar mis equivocadas opiniones sobre la
doctrina filosófica del Eterno Retorno, pues
no en vano para aliviar los síntomas de mi maltrecho esqueleto me han
prescrito una tabla diaria de
gimnasia sueca.
domingo, 28 de septiembre de 2014
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4 comentarios:
Tu crónica me ha puesto los pelos de punta. Tiene épica. Con los mimbres suecos se pueden construir palacios.
Abrazos.
Gracias, José Miguel, pero esto es la prosa de la vida,la épica es de don Thomas Mann.
La verdad es que la tronchante peripecia escandinava, incluido el estrambote de la tabla gimnástica, es jodida. Pero no deberías quejarte, si el mueble hubiese sido griego, todavía estarías enzarzado en la desgracia como un Sísifo cualesquiera.
Un abrazo.
Si el mueble hubiera sido griego no me quiero imaginar la terapia, me lo prohíbe mi religión :-O.
Abrazos.
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