jueves, 19 de marzo de 2009

La verdad de la poesía

En noviembre hice un breve viaje a Soria.

Estuve apenas unas horas, tras un largo trayecto en tren hasta Logroño que continué en coche de línea bajo la frágil lluvia del otoño, a través de paisajes portentosos velados por la bruma.

Pueblos solitarios en las laderas de montes antiguos, campanarios heroicos, páramos desolados... Castilla.

Mi bisabuelo, Miguel García García era soriano, de Vinuesa, donde la Laguna Negra. A finales del siglo XIX emigró a Sevilla. García es un apellido noble y común en toda España, como un sillar de piedra castellana.

En Sevilla hay una calle llamada García de Vinuesa, desconozco el origen de esta entrada del nomenclátor, pero me gusta pensar que es un emblema, el mote del escudo de quienes cruzaron la árida península, de norte a sur.

Yo hacía ahora el viaje contrario.

Pero yo ya había estado antes en Soria: subí con Bécquer al Monte de las Ánimas en una larga noche de leyendas que preludiaron los horrores de Poe y con Bécquer busqué el sutilísimo rayo de la luna, el amor platónico que se esfuma en las secretas calles de la piedra.

Pero yo ya había estado antes en Soria con Antonio Machado, buen amigo, por quien había subido al Espino con las primeras flores para Leonor, grises alcores, cárdenas roquedas. Si la poesía, como a veces parece, permitiera las clasificaciones y los podios, que no lo creo, el primer lugar en la categoría de silva asonantada lo tendría esta estrofa de Campos de Castilla:

¡Álamos del amor que ayer tuvisteis
de ruiseñores vuestras ramas llenas;
álamos que seréis mañana liras
del viento perfumado en primavera;
álamos del amor cerca del agua
que corre y pasa y sueña,
álamos de las márgenes del Duero,
conmigo vais, mi corazón os lleva

Antonio Machado siempre es grande, pero detengámonos ante la prodigiosa música de este poema, esas vocales abiertas donde está sonando el viento suave y la melodía del río que se va ligero, los ruiseñores a los que oímos cantar en cada fonema, la emoción rendida del corazón final.

La imbricación absoluta de sentido, sonido, paisaje, imaginación y emoción.

La perfecta traslación de una realidad que, por virtud del canto, se incorpora a nuestra sustancia y nos enriquece

Aproveché mis escasas horas en Soria recorriendo con una inexpresable sensación de dèjá vu el camino entre San Polo y San Saturio, ebrio de sol, bajo los álamos dorados y encendidos, y era como viajar al corazón del idioma, como internarse físicamente en la visible realidad del poema.

Mi recuerdo de aquel lugar no ha cambiado por este paseo ¿andaba o releía?

Esta es la verdad de la Poesía.

¿Estoy en Soria o escribo?

No lo sé, una y otra vez, feliz e infatigable “he vuelto a ver los álamos dorados”.

6 comentarios:

Olga Bernad dijo...

Escribes. Y muy bien. Ésa es la verdad.

Juan Antonio González Romano dijo...

Preciosa entrada, José María. Yo, que no conozco Soria, he vuelto a pasearla con tu entrada de hoy.

Anónimo dijo...

Mi bisabuelo era también soriano. Con lo chica que era entonces soria, es posible que nuestros bisabuelos se conociesen :D

José Manuel Gómez Fernández dijo...

José María:
Según el "Diccionario Histórico de las Calles de Sevilla", "en 1866 se le dio (a esa vía) el nombre actual, en recuerdo de Juan José García de Vinuesa, que fue alcalde entre 1859 y 1865, y murió en esta calle al año siguiente. Entre 1868 y 1880 se suprime la primera parte del apellido."
Espero que esta información te resulte de utilidad. Un saludo.

Jesús Cotta Lobato dijo...

En poesía hay más verdad que en la historia, que decía el Filósofo. Yo también me enamoré (y sigo enamorado) de esos versos de Machado. Un abrazo

José María JURADO dijo...

Muchas gracias por vuestros comentarios, amigos.
La verdad ¿quién la sabe, Olga?
Juan Antonio, son tus huellas el camino y nada más.
Plasendon, seguro que se conocieron, espero que no se acuhillasen, como los hermanos de Alvar González.
José Manuel, tomo nota del apunte erudito.
Jesús ¿lo dijo un filósofo o un poeta?
Abrazos para todos.

 
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