domingo, 10 de mayo de 2020

Diario del Año de la Peste LVIII ("Así murió de covidia el Marqués de Caños - III y FIN del Diario de la Peste" )

En capítulos anteriores:

Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Todas las desgracias del hombre se derivan del hecho de no ser capaz de estar tranquilamente sentado y solo en una habitación, escribió Pascal por los años en que se desencadenaba en Europa la peste negra del barroco o, lo que es lo mismo, cuando el diablo no tiene qué hacer, con el rabo mata moscas, según el dicho castizo. El caso es que, después de más de un mes de secuestro voluntario y aislado de toda comunicación con amigos y familiares, a nuestro Ezequiel León, a quien el lector no habrá  concedido con buen criterio demasiada capacidad reflexiva, no se le ocurrió mejor uso del móvil que el de revisar su cuenta de Tinder.
Que el confinamiento y la peste aumentan los apetitos carnales es, además de algo sabido desde el principio de los tiempos, una cuestión que el propio Ezequiel había sufrido en las suyas propias. La naturaleza humana es tan caprichosa y es tan tortuoso el curso de la vida o el deseo que antes de darse cuenta estaba buscando compañía femenina en las soledades imensas del Coto de Doñana.
Ante la presencia inminente de la parca se acelera la danza final entre eros y tánatos,  y como quiere la fortuna que nunca falte un roto para un descosido, en menos de cinco minutos estaba departiendo por el whatsapp del marqués con una compatriota dominicana que  trabajaba como limpiadora en uno de los hoteles de Matalascañas afectada de un ERTE y un aburrimiento infinito.
En este punto era donde Stendhal hacía correr el velo de la alcoba en sus novelas, baste decir que la mucama tenía coche y que, escondidos entre los cañaverales y el arroyo cantor, bajo el nocturno aroma primaveral de la noche andaluza y el círculo de aves peregrinas que se detenía alrededor en homenaje, ambos se coronaron de mas hiedra y más romero del que nunca se hubiera coronado Curro Romero en sus corridas (las del Faraón, se entiende).
-¡Aaaaachís! - se ve que he cogido frío - ¡Aaaaaachís! -o lo mismo es la alergia- ¡Aaaachís! Bueno, miamol, te dejo en el camino de tu casa y ya sabes si te aburres dónde estamos mis amigas y yo. Lo he pasado genial, muuuaaccc, toma otro besote, muaaaac.
A la mañana siguiente, cuando el marqués despertó semidesnudo y abrazado como siempre a su lacayo -quien estando ya su casa sosegada había retornado subrepticiamente al real tálamo - no pudo dar crédito al mensaje que leía en su teléfono con los ojos abiertos como platos de la Cartuja.
-Me he levantado con fiebre, miamol, la verdad es que ya llevaba varios días pachucha, a ver si con lo de ayer me curo.
No pasó más espanto el Príncipe Próspero cuando la máscara de la Muerte Roja hizo asiento en su palacio en el relato de Poe:
"Y, entonces, reconocieron la presencia de la «Muerte Roja», Había llegado como un ladrón en la noche, y, uno por uno, cayeron los alegres libertinos por las salas de la orgía, inundados de un rocío sangriento. Y cada uno murió en la desesperada postura de su caída "
Las más terribles imágenes de la desolación, los más ominosos cuadros y escenas de la peste de 1649 en Sevilla vinieron a su mente todas juntas y en tropel. Ni siquiera se le pasó por la cabeza la posibilidad de no haber contraído la enfermedad o ser inmune a sus devastaciones.
-No es uno grande de España por casualidad.
La covidia, dictaminó, fulminaba con su rayo ineluctable al último Bandera.
Aún no careciendo de interés el resto de la historia es conocida y previsible, si alguna vez se lleva al cine sería digna de grabar con los mejores medios la escena de la persecución por los corredores y alacenas, cuando Jacinto amenazaba con una no figurada alabarda la integridad de Ezequiel quien se internó desnudo por el coto como un Adán en el Paraíso.
Alguien dio el aviso dos o tres semanas después, justo el domingo antes de que la provincia de Huelva pasara a fase uno. Había entonces más tránsito por la carretera porque los hoteleros se disponían a una exangüe reapertura y el hedor a la altura de algún cruce se hacía insoportable.
Muerto en las soledad de su palacio no es preciso describir los terribles estertores que se llevaron al quincuagésimo marqués de caños del reino de los vivos. Una pulmonía había matado al fin a este don Guido, pero no sonaron por él las campanas de Sevilla.

En el puesto de la Guardia Civil en Matalascañas, junto a la torre que hace de tapón para el océano atlántico se desembotelló el resto de la historia. Ezequiel León, que se había reconfinado con su Eva junto a la playa había acudido voluntario a declarar.
-Busque, busque en gooogle al  "Marqués de Caños", todo junto- le decía al cabo que tomaba nota.
-¿Marqués de Caños? ¿En Sevilla? Aquí no sale nada... A ver, aguarda, un momento que lo busque en el móvil que aquí en la playa el wifi va a pedales. Mira sí, aquí lo veo, pero esto es un blog, la columna toscana. Dice "Así murió de covidia el marqués de caños -cuatro".
-¿Y no dice nada más?
- Sí, espera un segundo, luego pone FIN DEL DIARIO DE LA PESTE.
El triunfo de la muerte Bruegel el viejo
El Triunfo de la Muerte (1562), óleo sobre tabla de Pieter Brueghel el Viejo (1525-1569). Museo del Prado

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